lunes, octubre 20

Memorias de una ausente en luna llena/Memories of one absent in Full Moon.


Casi nadie sabe que cuando hay luna llena, no sólo los seres de leyendas y mitos deberían cobrar vida en la imaginación de muchos. Porque yo que padezco parálisis cerebral severa, viviendo como un vegetal, también en esos días me comunico; sólo que a través de personas que me oyen más allá del lenguaje que todos conocen; porque esto que ahora estas leyendo, fue oído de mí por quien aún me escucha en esos días de luna llena, y que yo le pedí que escribiera. Y como esto es nuevo y seguramente extraño, daré espacio a que la médium-protagonista-escritora, cuente cómo sucedieron los hechos; aunque el personaje principal no sea ella, sino yo. Y recalco que la principal soy yo, por que todo esto tiene el propósito de crear conciencia en quienes tienen a su cargo a alguna persona con daño cerebral. Es posible comunicarse con nosotros. Sólo hay que creer.
Continúa, Sofía. Espero que te atrevas.
Gaby.
Así, un día en el cual fui a una casa cualquiera para hacer unas fotos de estudio a la hija autista de una madre, conocí a Gaby. Aquella vez, la cita para dicha sesión fotográfica iba a ser ya de tarde; porque según Marta, la madre, a esa hora llegaría con su hija del hospital, luego de que la niña tuviera complicaciones para respirar, habiendo estado internada un mes.
Según la progenitora, los médicos dijeron que esa vez, Gaby estaba extremadamente grave, y que sería imposible estabilizarla; razón por la cual, una vez obrado el milagro de que siguiera con vida, Marta decidió tomarle algunas fotografías nuevas a su amada hija, porque estaba segura que si ésta otra vez recaía, no tendría la misma suerte.
La casa era enorme y blanca como la nieve. Mucho espacio por todos lados, grandes cuadros adornando las paredes, y en el patio trasero una terraza encantadora; además que en el fondo podían observarse diversos árboles con una hamaca atada a ellos, y varios sitiales de cómoda felpa bajo el techito que había saliendo de la casa principal.
Conocí casi todo aquel hogar, porque cuando llegué allí Marta no estaba; venía en camino desde el hospital, junto con su esposo, luego de recoger a Gaby.
La empleada tenía órdenes de dejarme entrar e inspeccionar junto a ella todo el lugar en busca del espacio más adecuado para la toma fotográfica, porque Marta, en un llamado telefónico, avisó a su ama de llaves que llegaría tarde.
Cuando estaba cercana la media noche, y ya llevaba en espera casi dos horas, opté por sentarme en el sofá de la terraza. La señora encargada me ofreció algo para beber, y me dispuse a leer unas revistas que yacían allí mientras esperaba. La noche estaba muy cálida, y yo ya tenía armado mi estudio portátil en el patio aquel, justo en frente de mí. Fue el mejor lugar, creí. Además que de fondo tenía a la luna llena en todo su esplendor. Me ayudaría a dar una hermosa luz cenital desde atrás, pensé. Y de pronto, lógicamente sin saber cómo, me quedé dormida.
Cuando desperté, allí estaba ella frente a mí; rígida y quieta como la silla de ruedas que la sostenía. Con su cabecita inclinada a la derecha y la más tierna vista perdida, aunque esto último suene descabellado. Tendría unos 13 años, deduje. Luego de observarla, mi primer instinto fue ponerme de pie. Y Gaby, en ese instante mueve su cabeza y se arroja al piso…
…Me dí cuenta entonces, que Yo no estaba despierta; ¡Estaba soñando! Allí, en ese sueño, supe que estaba dentro de una ilusión. ¡Pero fue tan real! Y posteriormente, ella me dice:
_ ¡No te me quedes ahí, Sofía! Ven a ayudarme. En el mismo segundo, estaba a su lado, sin saber cómo; y con mí desvarío intenté tomarla, pero de un salto se puso en pié, y con una espontánea y gran carcajada me dijo:
_ ¡Sofía!¡Estaba jugando!_ yo acá sí puedo caminar, hablar, moverme y ser normal; ¡Mira!_ Y se puso a saltar, cantar y a dar giros, invitándome a que lo hiciera con ella; pero yo estaba muy conciente de que estaba en un sueño, y no podía moverme; era como si los papeles se hubieran invertido. Entonces el miedo comenzó a apoderarse de mí cuando la luna, de manera palpitante, empezó a acercarse hacia nosotras; y en aquel momento Gaby quien seguía danzando notó mi miedo, y deteniendo sus bailes y cantos y dijo:
_ ¿Ya te vas, no?_ pocos resisten tanto tiempo aquí sin sentir miedo. No comprendo por qué. Mi madre y mi padre vienen seguido, pero luego allá en casa, me miran como si yo no existiera._Espera un poco Sofía, no te vayas aún; intenta calmarte, ¿si? _No mires a la luna, que por ella esto está sucediendo; no sé por qué, pero así es; y si le temes, te iras_ ¡Espera un momento por favor!
Algo me tranquilizó un poco. Sus palabras supongo, que eran de una calidez insondable para mis oídos; y luego, ambas estábamos sentadas en el sofá de felpa. Entonces fue cuando ella me habló lo que está escrito en la primera página de este relato.
_ En luna llena, no sólo seres de mitos y leyendas cobran vida en la imaginación de las personas; porque nosotros en esos días nos podemos conectar, y no es un cuento. Yo quisiera que escribieras todo esto para que otros padres y familiares de personas con parálisis cerebral , intenten comunicarse con ellos. Escribe como si fueras yo, Sofía; porque sólo así me ayudaras a mí, y a otros a crear conciencia. Y sobretodo a creer. ¡Espero que te atrevas!
_ Y dile a mi madre que ese vestido gris no me gusta. Prefiero el rojo. Y que papá no entre a mi habitación cuando no estoy en ella, porque sé que allí sólo llora; mientras el cree que yo estoy ausente en la hamaca del jardín. Que vaya a mi lado y que me lea algún libro. Y a ambos, comunícales que aún estaré un tiempo más con ellos.
_Que la luna salga de fondo en las fotos ¡eh!
_Soy Gaby, y ya debes volver...
…Y la luna y todo comenzó a diluirse, y desperté de un gran salto. Me costó mucho alcanzar sobriedad en la vigilia. Marta me removía y hablaba para que yo despertara. Y una vez más vi a Gaby, en el lugar en el cual había montado el estudio fotográfico. Ahí estaba ella sentada en su incólume silla de ruedas e insondablemente quieta, tal cual le había visto en mi sueño, con la luna llena de fondo y lista para ser fotografiada.
Llevaba puesto un triste vestido gris.

Por Laín Deba

domingo, octubre 19

El bajo/The Bass




Usaré en extenso mi inseparable editor de palabras de Microsoft; Word. Miedo, Terror, espanto, pavor, pánico, horror.
Todos los equivalentes antes referidos, son poco para lo que sentí aquella noche. ¡Sí señor!, ya que por el significado en carne viva de los sinónimos que acabo de escribir, hice algo que jamás creí poder hacer.

De regreso de casa de Gerardo, el baterista de nuestro grupo de música; amigo al cual se le ocurrió vivir en uno de los lugares más peligrosos de la ciudad perteneciente a un águila y un nopal; y cuando con mi vehículo había avanzado lo suficiente desde la casa de mi camarada, como para volver sobre mis pasos; de pronto, mi fiel pero viejo jeep, comenzó a expeler humo negro. Y así, sin más, y justo cuando había hecho amagos para acercarme al borde de la vía, quedando prácticamente bien estacionado, mi auto quedó extinto. No conocía aquella calle; porque a tres cuadras de haber salido de la casa de Gerardo, tuve que desviar el curso habitual hacia casa, por arreglos de pavimentación en la avenida que frecuentemente utilizaba para el regreso.
Con mis manos en el volante, y con cara de ¿Y ahora qué hago?, me quedé unos instantes maldiciéndome a mi mismo, por no haberme quedado con Antonio y Ramón tomando cerveza en casa de Gerardo. Siempre venían conmigo, pues también son integrantes del grupo; y a 15 minutos de mi hogar, los dejaba en sus moradas. Pero esa noche no fue así, ya que quien escribe simplemente no quiso quedarse, argumentando cansancio; pero en realidad fue y es, que el trago, cualquiera sea, no es lo mío; por cierto. Y allí estaba sólo, pensando en la estupidez de aquella decisión, y en lo peligroso de la actual situación. Intenté llamar a mi hermano, pero curiosamente el celular estaba con batería agotada; cuestión que rara vez ocurría, pero que justo aquella noche sucedió. Y mientras en esos asuntos pensaba, incontables veces intenté encender el motor del vehículo en cuestión, pero sin resultados positivos. Entonces me dije; bueno, ya ha de ser como las 22.00 hrs., mejor me voy de aquí.
Pero luego, el asunto era que después del ensayo en casa de Gerardo, yo traía mí bajo; aparato amado desde hacía varios años, y en el cual me desempeñaba bastante bien como bajista. ¡Cómo adoraba aquel instrumento! Pero en la situación en la cual me encontraba aquella noche, ese elemento del alma, llamaría mucho la atención. Pero bueno, volví a pensar; no pasará nada; de todos modos, lo más probable es que abran el jeep. Y así, con esos pensares en mi inocente mente, bajé del vehículo con mi bajo guardado en su bella funda de cuero, y lo cargué en mi hombro cerrando las puertas del jeep. Luego, en el momento en que me doy vuelta para caminar hacia alguna avenida principal, me doy más cuenta aún, que aquella calle estaba absolutamente desierta; y observando hacia dónde dirigir mis pasos, veo que como a 2 cuadras, y por ambos lados de la acera, se acercan personas; dos entes por el lado en el cual yo me encontraba, y tres más por la vereda del frente.
Comencé a sentir una sensación helada en la espalda, la cual pronto de trasladó hacia mi rostro, transformándose en un calor insoportable. El corazón empezó a latir muy rápido, y enseguida sin más, pensé: estoy muerto. Y dando un giro rápido hacia el lugar opuesto desde donde venían aquellas personas; justo, se me cae el celular a tierra, el cual había guardado en el bolsillo de atrás de mi pantalón; y en esos segundos, en los cuales vi que en el suelo yacía mi teléfono medio desarmado por el golpe, vi también que las sombras de aquellos entes estaban más cerca; y agachándome; tomo el aparato, y una idea impensada se me viene a la cabeza; y gritando como si hablara con alguien a través del comunicador, digo lo siguiente:
-¡No infeliz, No! , estoy aquí, afuera de tu casa- y mirando hacia arriba, señalo- Mejor baja ahora, para arreglar esto de hombre a hombre. Sé que estas con mi novia; te traje tu bajo. ¡Desgraciado! En ese momento estaban más cerca aquellos seres, y por el miedo que sentí, lo último en gritar, y medio volteado hacia ellos, fue;- ¡y también traigo un arma, cabrón…!
En aquel segundo, temblando yo, vi por el rabo del ojo que efectivamente eran cinco hombres jóvenes los que tenía casi a seis metros de mí, y vuelvo a gritar con mucha más fuerza, pero esta vez de frente a la supuesta casa a la cual me estaba dirigiendo en mi monólogo; y arrojando el celular con rabia contra el piso, grito:
¡Baja puto cabrón! ¡Mira lo que hago con tu bajo!...
Y en ese instante, tomo mi instrumento querido, amor de mis amores, le saco su funda, lo tomo por los trastes, y en un acto de esquizofrénica demencia, lo golpeo incontables veces contra el suelo mientras seguí gritando-¡Mira! ¡Mira Infeliz! ¡Mira lo que le hago a tu pinche bajo!
Mi respiración estaba muy agitada y sudaba muchísimo también; y arrojando mi bajo destrozado en dirección a los personajes, y cayendo de rodillas mirando hacia el piso como derrotado, termino diciendo:- “Qué mierda de vida ¿por qué?,
¿Por qué?_ ¡yo te mato infeliz!-Grite al final, mirando hacia arriba-¡yo te mato!
Luego, otra vez por la rabadilla del ojo miré hacia donde estaban los hombres; y allí yacían a tres metros de mí. Se habían detenido. Unos apoyados en la pared, y otros con las manos en los bolsillos, mirándome de vez en cuando; y dando de lleno la vista hacia ellos, les digo:- Y ustedes, ¿qué chingados me ven?-Uno comenzó a caminar hacia donde yo estaba, y todos lo siguieron; y pasando por delante de mí lentamente, mientras yo seguía arrodillado, y resignado además, porque según yo el asalto era inminente; el que venía más atrás me dice:
-¡Qué honda guey! -Y el que había avanzado primero, señala: -Tranquilo guey; vamos pasando por acá nada más.-Sí guey, ¡Mata a ese cabrón guey; y a la ramera de tu novia también!,- dijo un tercero. Y alejándose la tropa lentamente, otro me grita: ¡Te salvaste guey eh!...
…Y me quedé ahí de rodillas y aterrorizado, con sentimientos revueltos de dicha, incredulidad, miedo, y un sinfín de sensaciones; y además, llorando de verdad.
Cuando ya casi no les podía ver de lejos, me levanté; miré a mi querido bajo, tomé su funda de cuero, casi como en un rito funerario, y torné mis pasos en dirección opuesta de donde habían desaparecido los hombres aquellos. Y a dos cuadras estaba la estación del metro.
Al otro día, volví a aquel lugar con mi hermano en su vehículo, para remolcar el mío; si es que por alguna casualidad o milagro, siguiera ahí mi jeep. Efectivamente estaba en el mismo lugar; así tal cual como yo lo había dejado; y un poco más allá, yacía el celular destrozado y el cadáver del instrumento amado; por el cual yo la noche anterior, me había salvado.


Moraleja:
Lo siento por mi bajo; pero siempre en la vida, todo es a cambio de algo.



Por Laín Deba.