Tenías esa ingenua edad, cuatro años y fuimos al supermercado.
-Quédate a mi lado, porque te puedes perder;- te dije en aquel lugar, sabiendo que sólo deseabas correr y explorar.
Al pasar por la zona en donde estaban los guardias, también te comenté que si te perdías, siempre debías buscar a un policía. Y de un momento a otro, realmente te perdiste en aquel espacio enorme para alguien tan pequeño.
Llamaron por un parlante a los padres de un tal Miguel Ángel, y fui al lugar de los guardianes, el que antes te mostré en señales.
-Su hijo estaba perdido, quédese en paz-me dijo un amable hombre.
Agradecí el gesto pero nadie supo que yo desde lejos siempre vi dónde estaba el niño. Y en el momento en que te miro y te pregunto cómo estás y también te vuelvo a decir que hay que tener cuidado con perderse; tú me respondes muy enojado:
- ¡Cómo es posible! ¡Tú no te me pierdas nunca más!
