jueves, noviembre 6

Todo a ganador/Everything to winner


En el trabajo habían despedido a muchos compañeros, incluyéndome; pero a mi amigo no. Y aquella vez quedé de juntarme con él en el horario de salida de su jornada de labor, para vernos y conversar un poco. Yo tenía que ir a recibir el cheque de mi despido.Una cantidad importante de dinero, pues trabajé en aquel lugar durante quince años.

Y cuando nos encontramos aquella tarde, lo primero que me dice es:
_“Hoy es mi día de suerte, sé que hoy ganaré.”
La frase anterior era de Mario. Entrañable amigo desde la secundaria. Y aunque aquellas palabras, en la actualidad ya no las repite, en esos tiempos sí; pues era un obsesivo apostador hípico. Y cada vez que oía aquella frase de él, yo le contestaba:
_Sí, bien; “Los que van a morir te saludan”. Así le decía cuando me hablaba de hípica.
Yo no comprendía cómo podía perder todo en las apuestas; y desde una vez en la que me dijo que si pudiera, daría la vida para apostarla, no encontré nada mejor que compararlo con un loco gladiador modernista. Pues algunos de nuestros temas de conversación eran sus carreras y mi hobby de pintar figuritas antiguas; sobretodo Romanos.
_Acompáñame, sólo jugaré dos carreritas, pues debo volver a casa temprano. Además te invito una cervecita; me pagaron el sueldo recién; _me dijo en voz baja y con intención para convencerme de ir con él, con su acostumbrado tono embaucador.
Anteriormente, sólo dos veces había ido a las carreras de caballos, y nada más que por su insistencia de mi compañía; y en ambas situaciones le había visto perder absolutamente todo su dinero.
Y esa vez, luego de salir de su trabajo, decidí acompañarlo una vez más.

Cuando llegamos allá, yo aposté sólo unas monedas mínimas en una carrera en la que “Tentado”, el caballo que elegí, llegó en tercer lugar. Y lo hice para que mi amigo me dejara en paz; pues Mario no perdía oportunidad para meterme en el asunto. Pero yo lo estimaba como amigo; y aunque no como apostador, la relación en sí era buena entre ambos. Siempre trataba de ayudarlo.
En la carrera que comento, la número cuatro, Mario apostó a una yegua, la cual llegó en segundo lugar y por una cabeza no fue primera; al igual que en el tango de Gardel.
Fue tanta la adrenalina de mi amigo en aquella carrera, que su mente obsesiva compulsiva no pudo pensar en nada más que apostar todo su salario en la carrera siguiente.

Yo estaba estupefacto, le había visto perder dinero, pero nunca su salario completo; además que Mario, estaba casado hacía un año, y ya era padre de una niña que sólo tenía dos meses de vida, pero él no entendía razones.
Le hablé, intenté frenarlo, que recapacitara, que pensara en su familia, pero no hubo caso; con la mirada perdida me miraba, mientras no escuchaba nada de lo que yo le decía, y sólo repetía: _”Hoy es mi día de suerte, sé que hoy ganaré”.
Así que, con el dolor de mi alma, dejé su vida en la decisión de su propio destino. Sólo logré que no jugara en la carrera que venía a continuación; pero él estaba decidido a jugar en la sub-siguiente. La sexta carrera.
Luego, nos sentamos en la galería pública; pues yo me sentía muy cansado.
De pronto siento un mareo y el mundo quedó en silencio.
No podía oír nada. Mario de seguro seguía comentando los pronósticos de la hoja que entregaban en el Club hípico; porque yo le miraba y veía sus gestos, pero no escuchaba nada.
Una chica joven que estaba sentada más abajo que nosotros, rápidamente se puso de pie, y dando indicaciones a un hombre que yacía mucho más abajo, gritó:
_ ¡Está sentado allá! ¡En la sexta fila! ve a buscarlo y vengan aquí; de acá se ve mejor, aquí está la línea de llegada._El hombre de abajo volteó hacia donde la chica le indicaba, volvió a mirarla dándole la razón, y diciéndole con gestos que esperara, fue a buscar al otro varón.
Sentí como si la mujer gritara desde mi interior. Luego mis oídos se volvieron a tapar. Yo sentía que me iba a desmayar; pues me faltaba el aire y no entendía nada; y en amagos de serenarme un poco, me tomé la cabeza con ambas manos, me golpeé en los oídos para destaparlos, miré a Mario quien seguía hablando sin yo oírlo, y la vista se me nubló.
Después de aquello, alguien me empujó por el hombro derecho, y cuando me doy vuelta para ver quien era, veo a un niño que corría hacia abajo por la escalinata de las graderías, el cual en su camiseta negra llevaba dibujado el número seis en un fuerte color amarillo.
Enseguida, por el costado de la pista, en la arena en donde fotografían a los caballos ganadores, se oye un gran barullo, pues habían comenzado a pasar los animales de la próxima carrera, y uno de ellos se había encabritado, y parándose en sus patas traseras, relinchó fuertemente. En su vestidura llevaba el número seis; y en el segundo siguiente, un hombre que estaba sentado al otro lado de Mario, grita también hacia abajo:
_ ¡Compra seis hot-dog! Tenemos mucha hambre.
Mi corazón se aceleró, y volví a escuchar a mi amigo, el cual estaba diciéndome: “Hoy es mi día de suerte, sé que hoy ganaré”; voy a apostar todo al número doce, la yegua se llama: “La mitad”.
Lo miré a los ojos fijamente y en silencio un momento y le dije: _ ¡No!, tú y yo, vamos a juntar nuestros dineros, y vamos a apostar a ganador al número seis.
Miré la hoja que tenía mi amigo, y el nombre del caballo era: “Osado”.
_ ¡Estás loco! ¡Qué te pasa! ¡En ese cheque tienes millones! ¡Ese potro para nada es favorito! ¡Te sientes bien Rubén! ¡Estás loco! ¡Tú sí que te volviste loco! _”Los que van a morir te saludan”; ¡No lo hagas!

Al oír aquella frase, más ganas sentí de apostar. Así que le contesté:
_Sí, por supuesto; claro, claro, _ mientras con la vista buscaba la boletería más cercana.
Y en un momento, me di cuenta que Mario parecía no recordar cómo yo le había rogado momentos antes para que él no apostara su salario.
Comenzaron el aviso de que quedaban pocos minutos para bajar bandera y cerrar las apuestas. Así que le dije que si él no quería apostar, yo sí lo haría. Y salí corriendo hasta la boletería. Mario me siguió, y dudando de su propia obsesión y del equino que según el ganaría, en el último segundo, apostó todo su dinero al caballo número seis.
Osado “también ganó por una cabeza, como el caballo que le ganó al de mi amigo en la carrera cuarta de aquel día; y pagó “150 veces” la cantidad apostada; porque mi amigo tenía razón, y como el animal no era para nada favorito, los dividendos fueron altísimos.

No se qué sucedió aquel día, sólo sentí que mi corazón y el instinto se mandaron solos, y que hacia donde miré y todo lo que oí, era una referencia al número seis.
Sabía que ese caballo ganaría. Sentía una seguridad absoluta.
Mario está feliz, ahora es dueño de su propio caballo de carreras; yo se lo regalé. Y lo bautizó como: “Rubén, el osado”. Ahora mi amigo sólo apuesta cuando tiene algún dato fijo del preparador de su equino. No le he vuelto a oír decir que “Hoy es su día de suerte”. Se controla mucho más en sus jugadas.
Y yo, me la paso relajado por un nuevo negocio que adquirí, el cual administra mi hermana; y ya tengo un pasaje para el mes entrante hacia Roma. Siempre quise conocer el lugar de los gladiadores.
Los que van a morir te saludan”. Me gusta esa frase desde pequeño.

De vez en cuando acompaño a Mario a las carreras; cuando corre su corcel. Pero no he vuelto a apostar ni una sola moneda. Apostaré a ganador cuando vuelva a sentir aquella sensación; aunque me enteré hace poco que “Osado” ya no corre.
Supongo que la suerte llega una sola vez.

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